Estoy sentado en el hogar. En los
pucheros de barro de Santa Cruz de Moncayo se están haciendo las judías pochas.
Han llegado a casa con las setas de Moncayo. Por el reflejo del cristal adivino
la presencia de la montaña. Tomo un libro. Lo abro lentamente. Ante mis ojos
van desfilando brujas, demonios y castillos encantados. Somnoliento, me sumerjo
en ellos.
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"El poeta y las musas" G.A, Bécquer |
De repente, como por
encantamiento, un monje me persigue sigilosamente por el claustro de Veruela,
quizás por haberme bebido el vino. Yo no
corro, vuelo. Veo allí a las chordoneras de Añón saltar de risco en risco. Aquí
un rumor de mil hojas que agita los vientos. Una corza blanca se vuelve para
hablarme. Me agarro desesperado al pilar de San Antón. Hay fiesta en el pueblo
y las migas y el embutido no faltan. Salto la hoguera, -me quemo el culo-, -cierzo
seguro- me contestan los bosques de hayas.
Aterrizo junto a una fuente. Unos ojos verdes me hablan. Me acerco
sigilosamente. En el fondo, entre las aguas, las ninfas me esperan. Escucho la
voz de Moncayo.
Me ha despertado el tintineo de
un cascabel. Salgo hacia la calle, hay mercado en la plaza de Tarazona. Paso
por la recocina. Sobre la mesa, manchada de harina, alguien ha dejado un libro
de rimas y un sombrero de copa.
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