Moncayo se viste con sombrero de copa. La ocasión lo
merece. Los Bécquer vuelven a pasear por Tarazona y su comarca. Tapeando.
Comiendo. Disfrutando en las almazaras, en los obradores de las queserías o con
el embutido. Las setas o las trufas son el secreto del recorrido.
La bardera se convierte en sol y los colores y sabores lo
inundan todo. Estamos en Tierra
de Leyendas. Veruela, bien lo sabe. También las brujas de Trasmoz. El Gnomo
y las setas de San Martín nos provocan sonrisas sabrosas. El sonido de las
campanas nos envuelve y nos devuelve a la tierra. O nos hace mirar al cielo. A
Moncayo.
Las puertas se abren para saludar e invitar a entrar a los
visitantes, desde Malón hasta Añón. En un camino conocido. En un paisaje
soñado. Nos acercamos a él. A sus solanas. Es trasparente como el agua, dulce
como las mermeladas o sugerente como los churros de chordón.
Está regado todo por la cultura del vino que atraviesa el
tiempo y las rocas, en forma de bodegas en cerro en Vera, de aromas en una mesa
o simplemente de los Sabores
de la montaña en Litago.
Versos libres todos que guardan la memoria en forma de
pucheros en Santa Cruz o de oficios en Lituénigo. Un patrimonio vivo, de todos,
que gigantes como Hércules o Caco en Tarazona o en Los Fayos, se encargan de
guardar y mostrar.
Los Bécquer cierran el libro, desaparecen en el camino.
Como por ensalmo. Ahora comienza
nuestra aventura. El verso y la tierra,
nos guían.
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